Las pruebas de la Revelación Divina son variadas, convergentes y acumulativas. (1) De manera especulativa, argumentamos que «el universo apunta al idealismo, y el idealismo al teísmo y el teísmo a una Revelación» [Illingworth, Reason and Revelation, pág. 243.]. (2) Históricamente, la religión cristiana nos llega respaldada por el testimonio de (a) milagros; (b) profecía; y (c) adaptación espiritual a las necesidades humanas. (3) Detrás de estos están los presupuestos de la religión natural, como se ve en la naturaleza, el hombre y la historia. (4) Pero en última instancia, la credibilidad del cristianismo como Revelación descansa en la Persona de su Fundador, y todas las evidencias convergen y se centran en Él. El hecho de que Dios haya hecho otras manifestaciones de Sí mismo en el curso de la historia no deja de lado la culminación de la Revelación en la Persona de Cristo. Toda la verdad, sin importar cómo esté mediada, ha venido de la fuente primordial de la verdad, y la autenticidad del cristianismo no descarta la autenticidad de otras religiones como «luces rotas». El criterio real de todas las religiones que afirman ser Divinas es su poder para salvar. No la verdad en sí misma, sino la verdad en la vida, y la verdad como redentora, constituye la prueba final y suprema de la religión.