No se pueden hacer buenas obras sin fe. En el último sermón se os declaró cuál es la verdadera fe de un cristiano, que hace que el hombre no esté ocioso, sino que se ocupe en realizar buenas obras, según la ocasión. Ahora, por la gracia de Dios, se declarará la segunda cosa que antes se señaló de la fe, que sin ella no se puede hacer ninguna obra buena, aceptable y agradable para Dios. Porque como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo (dice nuestro Salvador Cristo) si no permanece en la Vid, así no podéis vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos; el que permanece en mí, y yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer (Juan 15:4-5). Y S. Pablo demuestra que el eunuco tenía fe, porque agradaba a Dios. Porque sin fe (dice él) no es posible agradar a Dios (Hebreos 11:6). Y también a los romanos les dice que cualquier obra que se haga sin fe, es pecado (Romanos 14:23).
La fe da vida al alma, y están tan muertos para Dios los que carecen de fe, como lo están para el mundo, aquellos cuyos cuerpos carecen de alma. Sin la fe, todo lo que es hecho por nosotros no es más que muerte ante Dios, aunque parezca que nunca se ha hecho obra tan alegre y gloriosa ante el hombre. Así como el cuadro pintado no es más que una representación muerta de la cosa en sí misma, y no tiene vida, ni ninguna forma de motivación, así son las obras de todas las personas infieles ante Dios. Parecen ser obras de verdad, y en realidad no son más que algo muerto, que no se acerca a la vida eterna. No son más que sombras y muestras de cosas buenas y lindas, y no son cosas buenas y lindas en realidad. Porque la verdadera fe da vida a las obras, y de esa fe surgen las obras buenas, que son muy buenas, y sin fe ninguna obra es buena ante Dios, como dice San Agustín (Enarratio in Psalm. 31 2, 4 [PL 36.259]). No debemos dejar que las buenas obras se antepongan a la fe, ni pensar que antes de la fe un hombre pueda hacer alguna obra buena; porque tales obras, aunque parezcan dignas de admiración a los hombres, en realidad no son más que vanas, y no están permitidas ante Dios. Son como el curso de un Caballo que corre fuera del camino, que toma gran trabajo, pero sin propósito. Por lo tanto, que ningún hombre (dice él) cuente con sus buenas obras antes que con su fe: Donde no hubo fe, no hubo buenas obras. La intención (dice él) hace las buenas obras, pero la fe debe guiar y ordenar la intención del hombre.